Sé que me sonríe y sonrió yo, como un autómata, como si su
sonrisa arrastrara a la mía a través de un hilo invisible. Sé que me gusta su
boca, sé que le abrazaría al menos 500 veces al día. Sé que me alegro cuando
todo le va bien y más cuando sé que le voy a ver. Sé que pienso en él a menudo,
demasiado a menudo quizás. Es la excepción que confirma la regla, es
único, rompe todos los esquemas y, en muchas ocasiones, acaba con mi paciencia.
Pero ha conseguido ser para mí más de lo que imaginaba, mucho más de lo que yo
misma esperaba. Me regala, con el paso del tiempo, otra perspectiva de ver la
vida, sin abandonar todo lo que ya tenía dentro de mi mente. Me ha dado la
posibilidad de poner nombre y apellido a mi futuro. Después de tanto tiempo
pensando que la felicidad es algo pasajero, que no existía una sensación eterna,
tantos momentos desperdiciados por caminos que no llevaban a ninguna parte. Y
por fin puedo asegurar que hay sentimientos que vienen para quedarse y que no
tienen la intención de marcharse.
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