Cuando
te despiertes prométeme que seguirás ahí, dándome la mano y arropándome entre
tus brazos; que me darás cada mañana un beso en la frente y me agarraras
fuerte, mostrándome que te importo de verdad y que no quieres que me aleje de
ti. Déjame pasar al menos cinco minutos observando tu despertar, observando tus
ojos abrirse lentamente, esa cara de dormido, algún que otro bostezo y tu pelo
alborotado. Ese lunar en la barbilla y esos ojos marrones. Prométeme que
seguirás ahí, que tú también me miraras y te derretirás con esa sonrisa que me
provocará tu cara iluminada con un rayo de sol. No me digas nada hasta que te
hayas cansado de mirarme. Hazme creer que ésta no será la primera vez que
despertemos juntos; que no dejarás que esta noche haya sido una noche más entre
dos desconocidos que no se volverán a ver después. Este amanecer que me susurra
que no te deje, que haces que toda imperfección que pueda tener nada más
despertarme sea insignificante, que la vergüenza entre nosotros dos ya no
existe. Quiero un día como este, en el que no haya ninguna prisa y en el que
nos podamos pasar hasta una hora sin decirnos nada, simplemente mirándonos o
abrazados y apoyada en tu pecho, estamos demasiado a gusto como para
levantarnos de la cama.
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