Tengo que dar el
primer paso, reconocer que todo esto empezó por mi culpa. Por dejarme llevar,
por no saber manejarme; por no echar el freno a tiempo. Por no saber decir
"no". Siempre creí que tenía el poder necesario para decidir por mí
misma. Quise jugar a manejar todo, quise sentirme superior. Quise pretender que
podía dominar mi mundo dándole a cada asunto su lugar. No. No pude. La ola me
inundó, mi cerebro se fugó. Y en situaciones así, ¿quién reacciona con un
mínimo de cordura? En realidad no importa. El
error estuvo en creer que podía salir inmune. Siempre tengo la sensación de
que no me pueden tocar, no me pueden dañar. Manejaba marionetas invisibles,
pero sin razonar que también fui una marioneta manejada por otro. Estaba
inmersa en un círculo vicioso, del cual no podía salir. Los días seguían su
curso, obviamente; pero yo estaba estancada. Daba igual si era lunes o jueves,
si eran las cuatro de la mañana o las seis de la tarde. Tenía la mirada
nublada, la boca cansada, las manos tristes. Mi moral no tenía perdón, no tenía
razón; merecía ser tirada en la primera esquina que apareciera, como una triste
colilla de un cigarro acabado. El mundo seguía exactamente igual. Amanecía,
había sol; anochecía, salía la luna. No había cambiado absolutamente nada. Por
eso entendí que tenía que tomar una decisión para cambiar la manera de ver los
días. Empecé aclarando que no sé decir "no", o no sabía. Aprendí,
como se aprende todo en la vida; fingiendo
fortaleza, demostrando altura aunque muriera por dentro. Siempre se
pretende liberarse de todo pensamiento, actuar acorde a un instinto salvaje;
fomentar la locura. Pero uno no puede dejar salir su monstruo interno cuando
tiene un pasado que lo condena. Uno no puede darse el lujo de generar
asociaciones en las mentes que no tienen otro tema del que hablar.
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